lunes, 21 de abril de 2014

Un país "FMI friendly". Por Gonzalo Neidal

El ministro de economía Axel Kicillof ha vivido, probablemente, una de las experiencias más terribles de su vida: ha debido concurrir a una reunión del Fondo Monetario Internacional.
Imaginamos la tortura que ha significado esto para él, alguien que abomina de expresiones tales como “clima de negocios” y “seguridad jurídica”, condiciones preferidas por los empresarios al momento de elegir un país para invertir. Seguramente no ha elegido concurrir a ese antro de empresarios concentrados y financistas imperiales, símbolo acabado de la economía global y territorio dilecto del poder económico mundial. De todos modos ha de estar satisfecho por no abdicar de su cuota de rebeldía, módica por cierto en este caso: se fotografió sin corbata en medio de medio centenar de ministros formales y adustos. ¡El imperio tiembla ante semejante desafío!

La presencia Argentina en esta reunión del FMI tiene un alto valor simbólico. Es la confirmación de que el país no ha podido vivir con sus propios recursos y que necesita, como tantos en el mundo, el aporte y la ayuda de capitales externos para equilibrar sus cuentas y aliviar sus finanzas.
Y si uno quiere endeudarse, porque lo necesita, si uno quiere abandonar la política de desendeudamiento que esgrimió con orgullo durante tantos años, no tiene más remedio que comenzar a portarse bien, hacer los deberes y empezar a sonreír en las reuniones internacionales. Después de todo, eso es más o menos lo que hacen todos los países del mundo.
Pero, claro, sucede que son muchos años de hacer antiimperialismo barato e infantil. Muchos años de repetir que el FMI es el diablo del sistema económico mundial, que obliga a los países a hacer políticas que van en contra de sus propios intereses y en beneficio de los países desarrollados.
Por eso ahora, cuando casi al final de su mandato Cristina se encuentra con problemas fiscales, no le ha quedado más remedio que acercarse al Fondo como una muestra de buena voluntad, agregando este gesto a sus negociaciones con el Club de París, la propuesta para los holdouts, el cumplimiento de los fallos del CIADI. Todos ellos, movimientos impensados en otro tiempo, cuando la existencia de los “superávits gemelos” hacían pensar en que la prosperidad y el despilfarro podían durar para siempre.
Nuestros años felices
¿Qué hicimos para merecer esto? ¿Cómo fue que tuvimos que llegar a esta situación de bajar la cabeza y asentir ante las indicaciones de los funcionarios del Fondo? ¿Cómo es que, aunque no hayamos firmado ningún documento ni acuerdo, estamos cumpliendo con los lineamientos generales de las políticas que habitualmente recomienda el FMI y que son consideradas por el gobierno como recesivas e inapropiadas para un país que aspira a crecer?
Es que fue a Néstor a quien tocaron los mejores años: una demanda mundial de alimentos en crecimiento, un peso devaluado (competitivo, se solía decir) y un ancho carril para que el país retornara al crecimiento montado el la abundancia de exportaciones y de recursos fiscales. En tal sentido, la situación heredada no fue para nada mala desde el punto de vista del gobernante: a partir de donde estábamos parados, el país sólo podía crecer.
Fueron los mejores años, los más gloriosos. El salario se recuperaba, el país tenía petróleo y gas (heredados de los malditos noventa), el agro respondía con más producción a la demanda mundial, los precios de las commodities subían, el estado recaudaba más con las retenciones. Cuando hacían falta más recursos, el estado apeló a las cajas de jubilaciones que, en 14 años en manos privadas, habían acumulado 30.000 millones de dólares disponibles para proyectos sociales y subsidios.
¿Qué fue lo que pasó, entonces? ¿Por qué tuvimos que venir a parar ¡nada menos! al Fondo Monetario? El despilfarro fue descomunal. Superior al que podía soportar incluso una economía rica en recursos como la argentina. Pasamos a importar petróleo y gas, con costo fiscal importante. El dinero se dilapidó en innumerables subsidios que resultaron insostenibles a lo largo del tiempo. El gobierno comenzó a emitir y, con ello, regresó la inflación. El alza de los precios trajo consigo lo que trae siempre: caída de los ingresos de los sectores más pobres, incertidumbre en la inversión, caída en la producción, retroceso. El gobierno comenzó a necesitar dinero adicional, abandonar el desendeudamiento.
El infierno tan temido
Pero además, debió realizar un ajuste. Y los ajustes son muy parecidos unos a otros y consisten habitualmente en sanear las finanzas, devaluar el peso, controlar el gasto, dejar de emitir sin respaldo, subir las tasas de interés, tomar dinero prestado para equilibrar las cuentas, convocar a la inversión del capital extranjero. Cumplir, más o menos, las recomendaciones del odiado Consenso de Washington. ¡Qué horror! Y así fue que llegamos a la reunión del Fondo. Sorprendido en una situación inequívoca e impensada, Kicillof sólo atina a decir a sus partidarios: “¡No es lo que están pensando!”
En realidad, nadie muere por peregrinar al FMI y formular una promesa de buen comportamiento. Con o sin FMI, la política económica debía enderezarse pues si no, iba rumbo al derrumbe inevitable. Son los prejuicios ideológicos del gobierno los que le hacen vivir esta situación como terrible. El gobierno se deshace en argumentaciones que apuntan a explicar que no está incurriendo en un ajuste ortodoxo, que las medidas que está tomando no tienen nada que ver con las que recomienda el FMI, que en realidad sigue aplicando las políticas de siempre, en beneficio del pueblo y de la Patria. Faltaría que agreguen que lo que ha sucedido, es que el FMI se volvió Nac&Pop, súbitamente.
En realidad, lo que ha pasado es muy simple: ha llegado –como se anunció largamente- la hora de la verdad. Nadie hace magia en economía. Nadie ha inventado el modo de gastar sin límites ni de emitir sin consecuencias.
Cristina parece haberse vuelto más módica en materia de objetivos políticos: ya no aspira a liderar la Revolución Latinoamericana sino, apenas, a terminar su mandato sin mayores problemas.
Nunca es tarde para entrar en razones.

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