lunes, 21 de abril de 2014

El ministro no tiene quien le crea. Por Gonzalo Neidal

y el lobo, en un sentido estricto.
Veamos: el gobierno mintió el índice de inflación durante más de un lustro. Desprestigió al INDEC y todo lo que él producía. Arruinó la confiabilidad de las estadísticas argentinas. Los números del organismo oficial pasaron a ser motivo de mofa y risa. Cuando alguien quería significar que una cifra era falsa, mentaba al INDEC para graficar su disconformidad y ridiculizar el guarismo.
Pues bien, en un determinado momento el gobierno decidió cambiar. Como una muestra de buena voluntad hacia los organismos de crédito internacionales, especialmente el FMI, que se lo reclamó en forma reiterada. Fue a comienzos de año. De paso, aprovechó para devaluar. En el golpe inflacionario, el nuevo índice no aparecería como una desmentida de los anteriores, los truchos, sino como el reflejo verídico del golpe inflacionario-devaluatorio.

En general, el 3,7% de enero fue aceptado como un sinceramiento por parte del gobierno. Finalmente, pensábamos, se convencieron de que no le conviene mentir los números de inflación. Por fin habían rectificado una conducta tan poco seria, tan de republiqueta sin leyes.
Luego vino el índice de febrero, que acusó una disminución: 3,4%. Todos comenzamos a mirarnos y a pensar si era que el INDEC no había vuelto nuevamente a las andadas, si no había comenzado otra vez a mentir los índices. Por eso decimos que al gobierno no le ocurrió lo del pastorcito: no estamos seguros de que ahora estén diciendo la verdad. Al revés, tras la publicación del nuevo índice, el de marzo, se refuerzan las sospechas de que está reiterando en la publicación de cifras menores a las que corresponden. Aunque la distancia ya no parece ser tan escandalosa como en tiempos de Guillermo Moreno.
Un fundamento para esta afirmación es que el Congreso afirma que sus cálculos marcan el 3,3% de inflación para marzo. Recordemos que el índice oficial sólo acusa un módico 2,6 %. Esta distancia más la percepción popular hacen que nuevamente la variación de los precios que registra el INDEC, nuevamente sea cuestionada.
Néstor, el pícaro
El extinto presidente Kirchner se jactaba en privado de la trampa que hacía a los que de buena fe habían tomado bonos en pesos ajustables por la inflación del INDEC. Con el simple expediente de truchar los números, el tesoro se ahorraba mucho dinero. Picardía criolla. Gran parte de esos bonos, hay que recordarlo, estaban en manos de las AFJP, es decir del fondo para jubilados. Un robo muy patriótico el de Néstor.
Ahora ya no es ese el objetivo. O al menos no es el principal. El interés del gobierno por mostrar un índice bajo se nutre, por estos días, de otros motivos. Probablemente el principal de todos sea no azuzar el clima social. No poner en evidencia que la inflación no está domesticada. Eso impactaría en forma inmediata, entre otras cosas, en las demandas salariales, que se tornarían mucho más enérgicas de lo que son en estos momentos.
Pero por otro lado el gobierno necesita hacer buena letra ante el FMI, para que este organismo lo habilite a contraer deuda y señale al país como un destino aceptable para los inversores. Al parecer, la realidad de la inflación argentina resulta ser un dato inconfesable.
En realidad, es la cifra que concentra todo el fracaso del programa populista en marcha. Es la síntesis de todos estos años de despilfarro inconducente y estéril. Confesar la verdadera inflación altera el resto de los datos de la “década ganada”: las cifras de pobreza e indigencia, el crecimiento del PBI, el nivel de los salarios, la verdadera paridad cambiaria. Y echa por tierra gran parte del relato K: que la emisión no genera inflación, que en economía puede hacerse cualquier cosa pues sólo basta con la decisión de defender el interés nacional y popular, etcétera.
A medida que pasen los meses, más complicado le será al gobierno pronunciar el número fatídico de la inflación. Por el camino que va, crecerán las suspicacias, las dudas, las sospechas. Porque existe una sensación, harto fundada, de que los precios se mueven hacia arriba cada día. Incluso algunos de los controlados. La percepción es que todo sigue aumentando. Y, para colmo de males, el gobierno ha debido subir el gas, la electricidad y el agua. Además de continuar con los aumentos en los precios de los combustibles.
En un tiempo de ajustes publicar el índice de precios es tarea de valientes. Hace falta mucho poder para sostener en las palabras y en los hechos, políticas que puedan controlar la inflación.
Y, en esta etapa, no es poder lo que abunda en el gobierno.

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