Si no fuera porque rezuma odio, Luis D’Elía sería un personaje incluso pintoresco. Pero todo lo que dice está teñido por un resentimiento irreparable, una cuota de violencia contenida a punto de estallar cada día y por el motivo que fuese.

Sin embargo debería ser un agradecido a la vida. Y a la política. Sobre todo, a este gobierno. Logró emplear a sus hijos en el estado con sueldos que pocos profesionales ganan: entre 20 y 30 mil pesos. Él mismo posee una vivienda lujosa, lo que denota ingresos suficientes y un capital estimable. Ha tenido mucha más suerte que otros piqueteros, que aún deambulan en la miseria o que apenas han accedido a un par de planes sociales para satisfacer sus necesidades más perentorias. Él, sin una fuente de ingresos conocida y transparente ha logrado ahorrar suficiente dinero como para tener bienes que muchos empresarios exitosos no alcanzan incluso después de décadas de esforzado trabajo. Argentina es un país de oportunidades, sin duda.
Sabemos de su odio a la oligarquía, a los rubios y a los blancos. De su hostilidad a la gente del campo y al estado de Israel. Cada vez que D’Elía abre la boca, hay que esperar un insulto o una agresión. Por supuesto: D’Elía apoya con fervor al gobierno de Cristina Kirchner. Es razonable. E inobjetable.
Estos días D’Elía ha estado de nuevo en las primeras planas de los diarios, algo a lo que aspira cotidianamente, con fortuna variada. Esta vez, sin embargo, no asaltó ninguna comisaría ni golpeó a ningún manifestante en la calle. Esta vez su aporte a la Paz Universal vino de la mano de un tuit: propuso al presidente Nicolás Maduro que fusile al ahora detenido Leopoldo López, líder opositor. Y dio un fundamento histórico: dijo que si Perón hubiera fusilado a Menéndez, (el sublevado de 1951, tío de Luciano Benjamín), Argentina hubiera ahorrado muchas muertes. La crónica periodística no revela la graduación alcohólica en sangre de D’Elía al momento de tuitear. Su simpatía por la cultura árabe nos hace presumir su sobriedad. Él es así, sin necesidad de auxilio etílico.
O sea, D’Elía propone fusilar en Venezuela y en el pasado argentino. Afortunadamente todavía no está proponiendo fusilamientos en la Argentina de hoy. En tal sentido, debemos reconocer su extrema prudencia.
Incomodidad del gobierno
Pasó un día completo sin que nadie del gobierno dijera algo al respecto. Silencio completo. Luego, al parecer, fueron autorizados algunos voceros, que aparecieron ayer. Entre ellos, la nueva estrella prominente de Carta Abierta, el filósofo Ricardo Forster, que según expertos en la interna de ese grupo intelectual, habría desplazado a Horacio González como figura señera del nucleamiento. Forster salió a decir que él es firme partidario de la paz y enemigo de la pena de muerte. Dijo que “la muerte es el horror de cualquier sistema político”.
Muy bien por Forster. Pero el intelectual podría haberse tomado dos minutos más y, ya que estaba en tema, podría habernos iluminado con algunas palabras sobre Venezuela y la muerte en sus calles. ¿O acaso la suya es una mera consideración… filosófica, exenta de toda connotación política? ¿O ignora que en Venezuela, Maduro está reprimiendo a civiles desarmados porque manifiestan contra su gobierno? ¿No era que no debía criminalizarse la protesta?
El ministro del Interior Florencio Randazzo fue más sincero. Tampoco se jugó mucho. En eso consistió, precisamente, su sinceridad. Dijo Randazzo: “Flaco favor le hace (D’Elía) al gobierno diciendo tamaño disparate”.
Para el ministro lo que está en un primer plano es la incomodidad que los dichos de D’Elía, un aliado que supo estar en los primeros planos, causa al gobierno. También él hizo silencio sobre las muertes que están sucediéndose en Venezuela por estos días.
Sin embargo, Luis D’Elía no es un cuerpo extraño al gobierno. No es alguien que les haya llovido del cielo para embromarlos con sus dichos. D’Elía es un auténtico representante del estilo, las creencias, las convicciones e incluso la fortuna patrimonial súbita que caracteriza a muchos de los integrantes de este gobierno.
No diremos que se trata de un “paladar negro” a fines de no rozar siquiera la posibilidad de ser denunciados ante el INADI. Pero es un auténtico representante del humor, el estilo grotesco y la violencia latente que este gobierno chorrea en cada una de sus cabezas más visibles.
La rebelión en Venezuela no puede ser explicada con el facilismo que están intentando. Prefieren el silencio pues temen que, si los manifestantes continúan su lucha, y caen decenas de muertos víctimas de la represión del gobierno populista de Maduro, sean salpicados por sangre indeleble.
Vergonzante también han sido los dichos de Pino Solanas y el silencio esquivo y elusivo de los socialistas y sectores del radicalismo quienes, siempre ávidos de cámaras, ahora las evitan prolijamente.
La crisis en Venezuela ha desembarcado de lleno en el país. Con la fluidez de las comunicaciones actuales y las redes sociales, es casi un episodio de la política local. La comparación entre los escenarios resulta inevitable e inmediata.
Hasta hace unos días, no había ningún problema para los fatigados relatores K: los manifestantes de allá eran como los caceroleros de acá. Y listo.
Pero empezó a morir gente. Y eso cambia todo.
La izquierda argentina (kirchneristas, socialistas, franjas del radicalismo, pinosolanistas, otros sectores del peronismo) se está atragantando con los muertos de Venezuela.
Sería bueno que por eso, aunque sea sólo por eso, adviertan que su esquema político está haciendo agua por todos lados.