martes, 9 de abril de 2013

Dos catástrofes. Por Gonzalo Neidal


Una, visible y evidente. Manifiesta y obvia.
La otra, emergente. Insinuada pero no menos temible.
Las lluvias se ensañaron con las ciudades de Buenos Aires y La Plata. Imparables, arrasaron con todo. Hasta el momento, se sabe que murieron 51 personas. En las calles, arrastrados por la corriente. En sus casas, tapados por el agua que les llegaba sin cesar y que cubrió todo, hasta la increíble altura de dos metros.

Medio centenar de vidas y daños materiales totales en cientos de viviendas. Una catástrofe sin antecedentes para la capital de la provincia de Buenos Aires, donde se concentraron los mayores daños.
El otro desastre fue político.
Se puso en evidencia con toda crudeza la mezquindad de la clase política argentina, especialmente la que habita la cúspide del poder. Las lluvias pusieron en claro cuan alteradas están sus prioridades, cuan atravesadas son sus valoraciones sobre las realidades que enfrentan.
En medio de la catástrofe, los políticos consideraban que lo importante era aprovechar la inundación y la muerte para dañar al rival y para deslindar la propia responsabilidad sobre los hechos.
Convengamos, claro, que lluvias de esa magnitud superan cualquier previsión, desbordan todo cálculo y tornan inútiles todas las medidas previas que se pudieren haber tomado en prevención de un meteoro de proporciones. Eso está claro. La desesperación de los afectados y su ira contra los políticos en general, se comprende. Pero es imposible proteger a todos cuando llueven 400 milímetros en pocas horas.
Eso es cierto. Pero también lo es la mezquindad de muchos políticos que debieron tomar en sus manos, como fuere, la situación.
Las primeras comunicaciones del oficialista Luis D’Elía anunciaban que “la prensa hegemónica” exageraba la magnitud del siniestro en La Plata para proteger a Mauricio Macri. Incluso Julio De Vido salió a responsabilizar al Jefe de Gobierno de la Capital Federal para aprovechar coyuntura tan dramática a favor del oficialismo nacional. Ni hablar del intendente de La Plata, a quien las lluvias sorprendieron en Brasil: no tuvo mejor idea que mentir a través de las redes sociales que se encontraba en su ciudad, participando de operativos de ayuda a los damnificados. Más importante que ayudar es simular que se está ayudando.
Todo fue un horror. Lo uno y lo otro. La lluvia y la respuesta del poder.
La prensa oficialista atacando a Macri en medio del panorama dantesco que ofrecía La Plata, resultó patética y deplorable.
Lo peor es que estos hechos no son sino la actitud permanente de una amplísima franja de nuestra clase política que, en medio del caos y la inundación, piensan prioritariamente en valorar cómo aprovechar el hecho para dañar a los rivales políticos y cómo tomar distancia para no salir afectados.
Con estos políticos, estamos en el horno.
Sólo les preocupa el poder y cómo mantenerlo. Si el mundo se hunde a su alrededor, lo primero que evalúan es cómo echarle la culpa a otros y cómo salvar su propia responsabilidad y sacar ventaja para continuar en el poder. Nada más parece importarles.
Y una clase política así, es temible.
Más temible que cualquier diluvio.

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