Probablemente
nada les dé más placer a los políticos argentinos, de casi todo el espectro,
que repartir colchones y frazadas.
martes, 9 de abril de 2013
Campeones de la solidaridad. Por Gonzalo Neidal
Aman
hacerlo. Es el nec plus ultra de su
actividad en el terreno de la acción política. Cuando lo hacen, seguramente
experimentan una sensación de propia santificación, una suerte de orgasmo de la
abnegación y el deber patrióticos.
Claro que la difusión del hecho es lo
decisivo. Porque ¿de qué vale la solidaridad para con el prójimo si no está
adecuadamente publicitada en todos los medios masivos de comunicación?
Somos
expertos en convocar a festivales de solidaridad para mostrar lo bueno que
somos acercando ropa usada y paquetes de fideos a los que padecen. Pero nos
hacemos los distraídos de que tales penurias son provocadas, en gran medida,
por nuestra propia ineficiencia en prevenir.
Nada
más odioso para un político que poner dinero en obras públicas como las
necesarias para amortiguar los efectos de un meteoro dañino, como el diluvio
reciente en Buenos Aires y La Plata. Tales obras consumen torrentes de plata
sin mayor efecto político en materia de votos. Apenas un corte de cinta tras
largos meses de enterrar dinero, no es una compensación atractiva. Además, si
la obra es exitosa, el resultado es simplemente la normalidad, la mera ausencia
de inundaciones, un magro beneficio para tanto esfuerzo financiero.
Por
eso, los políticos (casi todos embebidos del concepto populista), prefieren
postergar las obras y usar ese dinero en acciones más rentables, que generen en
forma inmediata un agradecimiento popular en forma de apoyo y votos.
Luego,
el mismo bombero que contribuyó a generar el incendio, concurre presto y
valiente a apagar el fuego. Y lo hace con pecheras identificatorias para que la
gente no se olvide luego, al momento de votar, quién fue el que le regaló un
colchón seco y quién el que le dio comida caliente al momento de padecer.
Cuando
ocurren tragedias como las recientes, tomamos conciencia de que nuestras
discusiones sobre la conveniencia o no de la extensión de la presencia del
estado, son abstractas.
Donde
tiene que estar, el estado no está. Se mueve como una banda a la que sólo le
interesa capitalizar políticamente su concurrencia a paliar las consecuencias
de su imprevisión.
Y
luego, los inevitables recitales con artitas que durante todo el año ayudan a
vaciar el presupuesto público pero que se muestran conmovidos por la tragedia.
Y todos concurrimos con nuestras donaciones, muy probablemente inútiles pero
muy aptas para dejar tranquilas nuestras conciencias y sobre todo para
demostrar que el gobierno se preocupa por el pueblo y por “los que menos
tienen”.
Ahora
vendrán los reconocimientos de que las obras están muy atrasadas. Echaremos las
culpas unos a otros. Trataremos de sacar partido de la situación. Licitaremos
las obras decisivas. Las comenzaremos y luego, con el cese de las lluvias, todo
pasará al olvido, hasta nuevas precipitaciones que rieguen de muertos las
ciudades.
Será
el momento, nuevamente, de ponernos a repartir colchones y frazadas en cámara.
Y
de convocar a festivales solidarios.
Y
de mostrar, nuevamente, que los argentinos somos los campeones de la
solidaridad.
Pero
unos inútiles para prevenir.
1 comentario:
muy bueno.
El problema de los argentinos es que CREEN que un grupito de funcionarios DEBEN manejar la vida de 40 millones de personas.
Entonces ellos manejan nuestro dinero y nuestra libertad.
y Así estamos.
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