jueves, 7 de febrero de 2013

Una respuesta bien peronista para la inflación. Por Daniel V. González

El gobierno no acepta la inflación.

Su relato no la incluye. La presidenta no la nombra en sus discursos. En INDEC no la reconoce. No le importa que el 60% de los billetes que circulen sean de 100 pesos. Tampoco lo conmueve que el dólar libre, el de mercado, esté a 7,80. Cristina no se inmuta. Piensa que, al no nombrarla, la inflación desaparece.
Pero esto está cambiando.

Al parecer, puertas adentro, la presidenta está aceptando finalmente que, mal que le pese, la inflación existe. Y es un problema de compleja solución. El gobernador De la Sota se lo dice todos los días. Y ella finalmente ha decidido hacer algo.
Pero algo bien peronista.
Hace pocos días, la presidenta había dicho en uno de sus diarios discursos,  que los controles de precios no sirven para nada. Y es verdad. ¡Quien podría ponerlo en duda! Nadie que haya vivido las últimas décadas en la Argentina osaría desmentir esa frase de la presidenta. La inflación fue el gran flagelo de la economía argentina casi desde el primer peronismo. Salvo pequeños períodos de tiempo. Alsogaray logró controlarla brevemente. Krieger Vasena, por algunos meses, también. Ni los gobiernos militares, con su inmenso poder de disciplinamiento, pudieron con ella.
Perón, en su tercer gobierno, intentó un acuerdo de precios. Y ya sabemos cómo terminó. Después de su muerte, a mediados de 1975 sobrevino el “rodrigazo”, shock de ajustes de precios implementado por el ministro Celestino Rodrigo. Luego del golpe militar, tampoco Martínez de Hoz pudo con la inflación. Intentó la “convergencia”: pequeñas devaluaciones programadas que desalentarían el aumento de precios. Pero eso no ocurrió. Los precios aumentaban más que la devaluación y generaban una brecha creciente, difícil de zanjar.
Fue ahí que llegó, de su sucesor Lorenzo Sigaut, una formidable devaluación. Pese a que había advertido que “el que apuesta al dólar, pierde”. Luego llegó el turno de Alfonsín, cuyo invento más relevante para parar la inflación fue el Plan Austral, de mediados de 1985. Congelamiento de precios y salarios, valor fijo para el dólar y compromiso de equilibrio fiscal. Además del cambio de moneda. El programa ilusionó a muchos. Incluso a muchos peronistas. Roberto Lavagna fue designado secretario de comercio e incluso Julio Bárbaro tuvo palabras elogiosas para el nuevo plan económico.
Pero fue un fracaso: duró apenas algunos meses. Luego, todo volvió a estallar y de vuelta a remar contra la incómoda y tozuda inflación.
Hasta que llegó Menem con Cavallo y todo cambió durante diez años.
La convertibilidad fue un éxito rotundo. Argentina entró en un período de estabilidad inédita. Pese a los pronósticos desfavorables de la oposición, la convertibilidad permitió recuperar el crédito, expandir el consumo y potenciar la inversión.
Pero nada es para siempre. La convertibilidad fue una imposición al mercado. Fue establecida por ley de la Nación. Y funcionó durante un tiempo en tanto la economía acompañó la determinación jurídica. Pero apenas se violentaron los supuestos que la sostenían, comenzó a tambalear en demanda de correcciones, que no llegaron. Llegaron la crisis de México, la devaluación de Brasil y la crisis de Oriente y la convertibilidad no resultó indemne. Además, el gobierno comenzó a gastar por encima de lo razonable. Ya maltrecha, la convertibilidad siguió hasta que pudo. Y finalmente estalló. El mercado siempre termina imponiéndose ante los forzamientos de los gobiernos. Era inevitable que ocurriera.
Y ahora estamos también en una situación parecida. El voluntarismo en el manejo de la economía ha devenido en una inflación creciente que recién ahora el gobierno ha decidido enfrentar. En cierto modo, esta inflación es hija de la crisis del campo en 2008. En ese momento, el gobierno sufrió un duro golpe que, al año siguiente se materializó en una derrota electoral. Los Kirchner pusieron toda la carne en el asador pero perdieron las elecciones legislativas.
Su reacción fue bien populista: aumentaron el gasto público hasta niveles siderales. También subieron la presión tributaria. Pero no alcanzó: necesitaron emitir. Además, aceptaron que los convenios salariales establecieran aumentos descomunales. Todo ello para sostener un clima de bonanza que les permitiera conservar el poder en 2011. Y lo lograron holgadamente. Pero a un costo que ahora se ve.
En este momento, aunque el viento de cola continúa, la economía argentina está entre las de peor performance durante 2012 en toda América Latina. Inflación altísima, bajo crecimiento, baja inversión relativa (excluyendo rubros no-productivos). Y el gobierno, en un año electoral, ha decidido comenzar a combatir la inflación. Pero lo hace de un modo peronista: apelando a los acuerdos de precios. En este caso, con Guillermo Moreno a cargo del operativo, la palabra “acuerdo” es un eufemismo. Se trata de control de precios liso y llano. Y ellos nunca ofrecen soluciones permanentes.
¿Qué pasará, por ejemplo, si resulta exitoso? Se intentará prorrogarlo. Y se continuarán acumulando tensiones que en algún momento no lejano, estallarán. En el pasado, los controles de precios tuvieron un efecto funesto sobre las góndolas: los productos comienzan a desaparecer. Ronda el desabastecimiento. Los industriales no quieren perder plata. Entonces, no fabrican.
El gobierno está entre la espada y la pared. Si deja que la inflación continúe, vivirá un infierno. Si comienza a controlarla, deberá tomar medidas odiosas que, probablemente al sincerar algunas variables económicas, signifiquen pérdidas de ingresos para sus votantes.
¿Cómo decirle a los gremios que deben ser moderados en sus pedidos salariales cuando la inflación ronda el 25/30%? ¿Cómo quitar subsidios al transporte, al gas, a la electricidad? ¿Cómo continuar aumentando la presión tributaria que ya resulta insostenible? ¿Cómo bajar la emisión y el gasto público en un año electoral? Para el gobierno es preciso bajar la inflación sin reducir el gasto. Entonces, la única solución posible es el control de precios.
Esta vez, el populismo está enfrentado a una realidad que él mismo ha creado. Y, por el momento, propone soluciones que significan más populismo.
Todo nos hace pensar que la economía está a punto de darnos, nuevamente, una lección.


2 comentarios:

Nito Rodriguez Gomez dijo...

La convertibilidad,seria nuevamente un salvavidas,pero teniendo en cuenta la experiencia anterior..,tendria que ir ajustandose gradualmente(como se hizo en Brasil)..(y no le fue tan mal,por cierto)llevando el u$s a $10,- por ejemplo los especuladores que compraron a$6,- venderian para hacer diferencia..,y el Banco Central recuperaria rapidamente las reservas...!!

hernan@reptantes.com.ar dijo...

Estimado, muy interesante el artículo ya veremos que queda del peso en poco tiempo, intenté agregar su blog a mi feed de RSS pero no parece estar activo, cree que vaya a activarlo pronto?

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