Hace
pocos días, el diario El País, de Madrid, publicó los entretelones de un
intercambio epistolar entre el directivo de la empresa estadounidense Titan y
el ministro francés de Recuperación Industrial, Arnaud Montebourg.
lunes, 25 de febrero de 2013
Sindicatos y eficiencia, allá y acá. Por Gonzalo Neidal
El
tema era el inminente cierre de la fábrica de Good Year en la ciudad de
Amiens-Nord. El gobierno francés ofreció a Titan que comprara esa planta
industrial. La respuesta del grupo empresario fue sumamente destemplada, pero
no tiene desperdicio y muestra algunos aspectos clave del funcionamiento de la
economía gala y de sus sindicatos.
Maurice
Taylor, presidente del grupo empresario, dice:
“He visitado la fábrica varias veces. Los
empleados franceses cobran salarios altos pero no trabajan más de tres horas.
Tienen una hora para las pausas y para comer, hablan durante tres horas y
trabajan otras tres. Se lo he dicho a la cara a los sindicalistas franceses. ¡Y
me han respondido que en Francia las cosas son así!”.
Y agrega: “Muy pronto en Francia todo el mundo se pasará el día sentado en los
bares bebiendo vino tinto”.
Arnaud Montebourg, el funcionario francés,
es conocido con el apodo de “el desglobalizador”, debido a su posición
proteccionista respecto de la industria francesa a la que procura proteger de
las importaciones provenientes de los países con menores costos de mano de
obra. El empresario norteamericano, responde despiadadamente a la propuesta del
gobierno francés.
Dice:
“¿Piensa realmente que somos tan estúpidos? Titan tiene dinero y el savoir
faire (know how) para fabricar ruedas. ¿Qué es lo que tiene el sindicato loco?
Tiene al Gobierno francés”.
Y prosigue: “El granjero francés quiere ruedas baratas. No le importa nada saber si
las ruedas vienen de China o de India, y si esas ruedas están subvencionadas.
Titan se comprará un fabricante de ruedas chino o indio, pagará salarios de
menos de un euro a la hora y exportará todas las ruedas que necesita Francia.
En cinco años, Michelin no podrá producir ruedas en Francia. Pueden ustedes
quedarse con sus así llamados obreros”.
Largos años de apañamiento estatal parecen
haber deteriorado la productividad de los obreros franceses (y seguramente de
otros países europeos). Muy lejos de la condición de explotación que planteaba
Marx, los trabajadores de los países más civilizados, con más años de
capitalismo, han acrecentado su peso social y su poder de modo tal que, poco a
poco, van tornando poco competitivas a sus industrias, bajo la mirada cómplice
del propio gobierno. Good Year cierra su planta tras cinco años de infructuosas
negociaciones con el sindicato.
En la Argentina no hemos llegado a estos
extremos sindicales, ridiculizados por Federico Fellini en su Ensayo de
Orquesta, pero con un poco de esfuerzo pronto habremos de acercarnos. En
Córdoba, por ejemplo, estamos llegando a niveles insólitos de abuso sindical y
de despilfarro de los fondos públicos.
La empresa estatal TAMSE, cuenta con
notables ineficiencias en la prestación del servicio de transporte urbano de
pasajeros. Es la empresa que mayor cantidad de trabajadores por colectivo
tiene, la que más conflictos plantea y la que exhibe una cantidad notable de
vehículos en mal estado. Pues bien, el titular de la firma Alberto Jiménez
sospecha firmemente que los empleados de TAMSE chocan y destruyen a propósito
los colectivos. Esta insólita y deplorable actividad sería parte de una interna
gremial que se desarrolla ante la proximidad de elecciones en el gremio.
Sin poner en cuestión la importancia de
los sindicatos en la mejora del nivel de vida de los trabajadores, no hay que
perder de vista que él depende en lo esencial de nivel de producción y
productividad de la economía más que de ninguna otra cosa. El empresario
norteamericano, en su carta, advierte que está dispuesto a fabricar gomas en
países con mano de obra más barata. La búsqueda de niveles superiores de
ganancias es una ley económica elemental, ya estudiada por Adam Smith y Carlos
Marx.
Ninguna empresa puede prescindir de la
búsqueda de eficiencia y productividad. Sea estatal o privada. El ejemplo de
Francia no es un hecho que pueda considerarse ajeno a la crisis general que
vive Europa, con niveles de gastos insostenibles en el tiempo y retrasos en
materia de productividad y eficiencia.
En el caso de la Argentina, el país está
partido entre una economía formal, donde rigen todas las leyes sociales,
costosísimas, y una economía clandestina de la que participa una parte de la
producción de las empresas incluidas en el sistema y millares de otros
emprendimientos, generalmente pequeños, con costos reducidos, con otro nivel de
precio en la mano de obra, a los que les resulta imposible la incorporación al
circuito formal.
Si hay empleados en Francia que trabajan
tres horas de siete y si hay trabajadores en la Argentina que rompen colectivos
en búsqueda de un mejor posicionamiento gremial, entonces algo está fallando.
Allá y acá.
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