jueves, 7 de febrero de 2013

Las palabras y los hechos. Por Gonzalo Neidal

¿Cuánto falta para que, en la política argentina, la violencia verbal se transforme en violencia física?

No lo sabemos. Pero reiteradamente tenemos la sensación de que vamos a pasos acelerados hacia ese destino.

Hace pocos días ocurrieron dos episodios que tuvieron como víctimas, por así llamarlas, a funcionarios del estado. En un acto público, un grupo de participantes hizo notar su disconformidad al momento que el vicepresidente Amado Boudou pronunciaba su discurso y comparaba a San Martín con Néstor y Cristina Kirchner. Luego, al regresar con su familia desde Colonia, el vice ministro de economía Axel Kicillof fue reconocido por los pasajeros de Buquebús, que compartían el viaje con él, y fue llamado “caradura”.
Son hechos de distinta categoría. En el primer caso se trató de un acto público conmemorativo del 200º aniversario de la batalla de San Lorenzo. El vicepresidente tuvo el dudoso gusto de violentar el carácter conmemorativo e institucional de la reunión para transformarla en un acto partidario, con mención de la presidenta y su difunto marido. Pues bien, si el funcionario se siente con atributos suficientes como para tal infracción, debe estar dispuesto a que el público exprese su descontento a los gritos. Podrá gustar o no pero son las normas tácitas que rigen las asambleas políticas.
En el caso de Kicillof, en cambio, se trataba de un acto privado, un simple viaje de regreso de vacaciones en el que el funcionario, además, se encontraba acompañado por su esposa e hijos pequeños. La agresión verbal nos parece impropia en tales circunstancias.
Pero para nada la noticia resulta asombrosa. Es que el escrache, la agresión verbal, la denuncia pública, el insulto, se han ido transformando poco a poce en modos políticos que ahora ya nos parecen habituales. Hace pocos días, el humorista y ahora político Miguel del Sel, durante un espectáculo presuntamente cómico, dejó caer gruesos epítetos contra la presidenta de la Nación, algo de lo que luego se disculpó pero que, de todos modos, muestra un nivel de agresión verbal que se está tornando cotidiano. Además nos recuerda el grueso humor de Del Sel, lo cual tampoco es una novedad.
Cabe aclarar, de todos modos, que el gobierno no ha sido ajeno a esta escalada. Al contrario, desde la cúspide del poder o desde sus inmediaciones muy cercanas, la agresión verbal aparece una y otra vez.
Algunos hechos que podemos recordar ahora son, por ejemplo:
a)          Cuando Néstor Kirchner mencionó en un acto público al supermercadista Coto, acusándolo de especular con los precios. Con los años, ese “Te conozco, Coto” se fue transformando, curiosamente, en el slogan publicitario de la empresa.
b)         El Clarín Miente, iniciado también por el difunto presidente, tiene plena vigencia.
c)         La presidenta designó como “caranchos” a los jubilados argentinos que inician juicios al estado, en demanda del cumplimiento de la ley de jubilaciones.
d)         Al establecerse el cepo fiscal, la presidenta criticó por cadena nacional, a un agente inmobiliario que opinó que esa medida ya estaba perjudicando al mercado inmobiliario, como efectivamente pudo verse pasado el tiempo.
e)          También tildó de “amarrete” a un abuelo que denunció al estado ante la justicia porque no pudo comprar 10 dólares para regalar a sus nietos.
f)           Un diputado nacional kirchnerista dijo que la provincia de Santa Fe era un “narco-estado”.
Y la lista podría continuar con la carta de la presidenta a Ricardo Darín, recordándole un hecho policial del que fue sobreseído, la denuncia –en la misma carta- al gobernador de Buenos Aires, por tener un plazo fijo en dólares, algo que no es ilegal, etcétera.
Cuando en los setenta, los terroristas montoneros cantaban “Rucci, traidor / a vos te va a pasar / lo mismo que a Vandor”, uno podía creer que se trataba de una amenaza, una expresión de deseos o un simple canto con afán intimidatorio. Pero luego Rucci fue asesinado por los mismos que cantaban.
En la visión de la Historia nacional que sostiene el actual gobierno, los terroristas de los años setenta son apreciados como héroes nacionales, de tal modo que la violencia que ejercieron ha quedado completamente legitimada, sin crítica alguna, desde el poder.
Esa misma visión de los hechos políticos del pasado argentino reciente, cuestiona el contra-terrorismo ejercido desde el estado por la dictadura militar pues, alega, resulta impropio igualar la violencia estatal con la que perpetraron los grupos guerrilleros.
Pues bien, tratándose de violencia verbal, el canon oficial parece tomarse un descanso. Para este caso no se tiene en cuenta la dimensión del daño que puede causar el estado con sus escraches. Se omite considerar la dimensión del poder de fuego del gobierno y se lo utiliza indiscriminadamente para la denuncia menuda y el insulto liviano.
La violencia verbal no es un juego de palabras subidas.
En algún momento, muy probablemente, torna en violencia material.
Porque las palabras, en definitiva, son hechos.


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