viernes, 1 de febrero de 2013

Indignación por una foto. Por Gonzalo Neidal

La publicación de una foto en el diario El país, de Madrid, que presumía de ser de un Hugo Chávez convaleciente, desató una ola de indignación y condenas de tono subido acerca de lo canallesco que suele ser la prensa en ocasiones.

Como se sabe, la foto resultó ser falsa y ha sido ese hecho, al parecer, lo que causó mayor ira entre la gente afín al gobierno. La presidenta aprovechó la ocasión para hablar de lo mal que informan los diarios y, como no podía ser de otro modo, pasó su clásico aviso de “Clarín miente”, aunque este diario haya sido completamente ajeno, por supuesto, a la publicación del diario madrileño.
Al pronunciamiento presidencial siguieron luego, como ocurre siempre, una gran cantidad de opinadores que transitan el surco confortable (y rentable) que va dejando Cristina Kirchner. Repiten el mismo concepto y luego, suponemos, miran hacia la Casa Rosada aguardando gestos de aprobación.
Lo de El país fue bochornoso. Pero, a nuestro entender, no tanto porque la foto haya resultado ulteriormente falsa sino por la intención de publicar una foto deplorable, comprada, presuntamente robada a hurtadillas a los custodios y en  la que se ve a una persona en un estado calamitoso, llena de tubos y elementos medicinales, luchando por sobrevivir.
En tal sentido, que la foto fuera verdadera o falsa, carece de relevancia. Más aún: si hubiera sido auténtica la condena no debería haber cedido en su energía.
Publicar actos o situaciones privadas, arrebatadas mediante una cámara fotográfica, fueran de quien fueren, es quizá uno de los actos más cuestionables que puedan hacerse en nombre del periodismo. Claro que Chávez es un hombre público pero la imagen publicada –aún en el caso de su autenticidad- nada agregaba a la información que desvela o cuanto menos interesa a una amplia franja de lectores y simples ciudadanos: la verdad sobre su estado de salud.
Una imagen confusa, carente de decoro, donde se muestra a una persona batallando por su vida no agrega nada en términos de información y sólo busca sacudir a la opinión pública y anotar a quien la publica en la estúpida carrera de las primicias, cualquiera fuera su naturaleza.
En la Argentina tuvimos una situación similar. Hacia 1981, Ricardo Balbín estaba muy enfermo, internado en terapia intensiva. Un semanario publicó en tapa una foto en la que se lo veía lleno de cables, aparatos, conexiones y vendajes. Nadie cuestionó su veracidad pero no fueron pocos los que reprobaron la decisión de publicar la foto.
No es entonces “la mentira” de la foto lo que debiera preocupar, pues la de Chávez bien pudo pasar por verdadera. Pero ha sido su carácter mendaz el blanco preferido del gobierno y sus intelectuales. En tal sentido, el gobierno debiera recordar algunas operaciones de prensa que impulsó y en las que la verdad, que tanto le preocupa ahora, no figuró entre sus prioridades.
Una que recordamos fue la denuncia contra el entonces candidato Enrique Olivera, de quien se dijo que poseía una abultada cuenta en el exterior. La mentira quedó en evidencia una vez que habían terminado los comicios en los que el difamado participaba. Algo parecido se intentó con Francisco de Narváez, a quien se trató de involucrar en un asunto de drogas, con similar intención difamatoria, sin éxito. Al parecer, mentir en una dirección es condenable pero hacerlo en otra, constituye un acto patriótico.
No estamos diciendo que deba darnos igual si un hecho es verdad o mentira. Pero en el caso concreto de la foto mentirosa de Chávez, ese hecho no constituye –a nuestro juicio- el núcleo del debate ético que lo circunda.
Tampoco hay que perder de vista que, en este caso particular, la ausencia de información oficial precisa sobre la salud del presidente venezolano es uno de los ingredientes que alientan la búsqueda de primicias aún al costo del bochorno y el ridículo.

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