martes, 15 de enero de 2013

Cuba como meca. Por Gonzalo Neidal

A partir de ayer los cubanos pueden viajar libremente al exterior.

La medida aún no ha tenido efectos concretos pero ya una larga fila de cubanos ha comenzado sus trámites para obtener el pasaporte que les permita, finalmente, decidir libremente si entran, salen o permanecen en su patria cuando les venga en ganas.

Cincuenta años después de una revolución que se hizo en nombre de la libertad, se remueve finalmente una insólita prohibición con escasos antecedentes en el planeta. Entre los primeros en solicitar el pasaporte estuvo Yoani Sánchez, la bloguera disidente, cuyos pedidos para salir del país habían ya sido rechazados varias decenas de veces.
Cae así, aunque todavía falta la ejecución concreta de la medida, una de las restricciones a la libertad más abominables de que pueda tenerse memoria: la que impide a los ciudadanos de un país a moverse libremente.
En realidad, con el paso de los años, el socialismo cubano ha sido carcomido por su propia impotencia productiva y, además y en forma creciente, por las resistencias de los cubanos vivir en un sistema que los priva de las libertades más elementales en materia de opinión y expresión.
Si nos empeñamos en encontrar significación simbólica a algunos hechos del presente, podríamos fijarnos en que Cuba, país carente de democracia republicana, donde los disidentes son perseguidos y encarcelados, se ha transformado en una meca a la que peregrinan muchos presidentes latinoamericanos. Y lo hacen en búsqueda de una demostración de alineamiento políticamente correcto. Porque ahí, hay que recordarlo, anida el discurso más estridente contra el capitalismo y los imperios. Pero también reside uno de los fracasos más estruendosos para imponer un sistema distinto, cuyas promesas iniciales fueron cayendo una por una hasta llegar a la lastimosa situación actual de creciente reemplazo del socialismo por un incipiente mercado capitalista, al que se suman hora a hora los cubanos.
La rebelión tuvo –no podía ser de otro modo- una expresión comercial y económica más que política. Los que no se conformaron con los 15 ó 20 dólares de retribución mensual que les propina el estado, se atrevieron a buscar otros medios para defenderse a sí mismos y a sus familias. Como se sabe, apenas una minoría vinculada al aparato estatal y al Partido Comunista ha quedado a salvo de la pobreza generalizada. El resto estaba condenado a languidecer en la miseria. La rebelión, entonces, operó como un mecanismo de autodefensa para la supervivencia y el desarrollo personal. Nada provino del “hombre nuevo”, dócil y sometido a los designios de un sistema asfixiante. El disconformismo, la rebeldía, finalmente está triunfando y obligando a los decrépitos Castro a cambiar aceleradamente su rígido y fracasado sistema.
Es curioso: un régimen que propugnó la independencia de la isla de todo poder extraño, sólo puede sobrevivir si recibe contribución material del exterior. Primero de la Unión Soviética y ahora de Venezuela. Claro que para los partidarios del régimen el causante de tan deplorable performance económica no es otro que el bloqueo estadounidense. Lo relatan como si la Quinta Flota de la US Navy estuviera estacionada frente a las costas cubanas, impidiendo todo tráfico comercial. Es llamativo que la queja consista en lamentar la falta de vínculo comercial con el horrendo imperialismo norteamericano. Como se sabe, el bloqueo no ha impedido que el resto del mundo pudiera comerciar libremente con Cuba. Lo que sucede es que la economía cubana no genera producción suficiente para que el intercambio comercial fluido logre aumentar el nivel de vida de sus habitantes.
Pero aunque la experiencia cubana haya resultado un fiasco de punta a punta, aunque la economía cubana se caiga a pedazos tal como ocurrió con el resto del mundo socialista, Cuba conserva su predicamento político e ideológico. Como si no hubiera vínculo alguno entre una y otra cosa. Como si nos quisieran decir: “Cuba ha fracasado pero de todos modos nos rendimos ante su épica maravillosa”.
Es que los resultados no parecen importar. Es el dibujo épico lo que hoy por hoy se considera primordial y digno de memoria eterna. Pero los hechos se van distanciando cada vez más de los discursos. Algo similar está ocurriendo en la Argentina. La presidenta, por ejemplo, luego de recibir la Fragata Libertad en un acto de gran tono nacionalista, viajó al exterior en un avión británico, perteneciente a una empresa privada, alquilado para transportarla en su actual gira, comenzada en Cuba.
Ni Aerolíneas Argentinas ni los aviones presidenciales al cuidado del estado han podido dar satisfacción a una simple demanda de viaje presidencial. Pero, además, lejos de contratar algún avión de nuestros hermanos latinoamericanos, la presidenta miró hacia una empresa de los colonialistas británicos, que tiene contratos en Malvinas.
Sin embargo, todo esto no es vivido como una refutación del discurso nacionalista. Hace falta mucho más para que alguna señal de rubor invada las mejillas presidenciales.
Al escuchar nuestros bravíos discursos, los imperios tiemblan.
Pero nos alquilan aviones.
Menos mal.


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